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La plaza

Fundada a fines de la década de los años ‘20 sobre la cuenca del Arroyo Regimiento, esta pequeña plaza de apenas una hectárea de superficie y con una forma romboidal, surgió como parte de la expansión poblacional de La Plata en 1932. Para ese entonces ya tenía nombre propio: una ordenanza de 1928 la había designado “Coronel Brandsen” en homenaje al militar francés que combatió junto a San Martín en el Ejército de Los Andes y murió en batalla durante la guerra con Brasil.
Al principio poco más que un potrero donde pastaban los caballos del barrio. Fue adoptando aspecto de plaza con un diseño conformado por ocho canteros triangulares con una rotonda central. “El barrio que la circunda no tardó en adoptar su nombre, y también el club que nacía en
1942 como una extensión natural”, describe el diario El Día.
Tuvo una fuente de agua donde muchos llegaron a bañarse. Había sido realizada en mármol, con barandas artísticas y el agua con peces nadando. En un libro sobre espacios públicos, el autor Roberto Abrodos cuenta que “cuando por la avenida 25 se entubó un arroyo, que pasaba por el centro de la plaza, la fuente fue destruida por la municipalidad”. Jamás hubo intentos para ser repuesta. Primera pérdida material.
Testigo que atravesaron los ochenta años de vida de nuestra Club afirman que las asambleas vecinales que hicieron posible a Asociación Coronel Brandsen se juntaban en este pulmón verde.

Alrededor de la plaza tenían sus casas aquellos modelos de dirigentes y vecinos geniales.
“En ese barrio nací, en su plaza juntaba castañas y cuando cortaban el pasto con la guadaña, con mi abuela lo juntábamos para las gallinas”, surge el relato pintoresco de otro nostálgico habitante del sudeste platense.

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Image by Christina Rumpf

HÉCTOR BIDONDE

La ñata contra el vidrio del club

Su cuna fue 14 y 37, pleno barrio La Loma, “la casa de unos tíos”. Héctor Bidonde, el destacadísimo actor, director y profesor de Teatro, sin embargo, pasará la mayor parte de su infancia y primera juventud en la casa de su padre, en 60 y 26 –un inmueble muy grande de la esquina-.
Era 1948 cuando llegó a la barriada de Plaza Brandsen. Le encantaba jugar en esa plaza, y recuerda que todavía era “un descampado”.

Hijo único de un matrimonio conformado por un papá de ascendencia vasco-francesa y una mamá de ascendencia italiana a la que dejó de ver a los 2 años. Contrajo una tuberculosis y por miedo al contagio Emma Pía Pinnarello se radicó en el interior de la provincia. “Además compartí poco con mi pobre viejo, que no supo cómo hacerse cargo”.

Sus estudios primarios se repartieron en distintos establecimientos. “ Vos sos un clavel del aire me decía una tía”. Fue al San Vicente de Paul (pupilo de marzo a diciembre), quinto grado en la Escuela 78 y el último grado en el Sagrado Corazón de Jesús (58 entre 8 y 9).
“Al terminar sexto, el último día del colegio, mi padre me pasó a buscar y fuimos a su casa en 60 entre 25 y 26. A los tres días me pregunta: ¿usted va a trabajar o estudiar?”. Carraspea la garganta y prosigue el relato de años donde no fue nada color de rosas.
Fue lavacopas y mozo en La Aguada, en el American Bar y en la confitería del Hipódromo. Empezó a trabajar con 14. “Al club íbamos a ver las orquestas, pero no a bailar”.
Curiosamente “Cacho” Bidonde nació el mismo 2 de marzo (fecha aniversario de nuestro Club), pero cinco años antes, 1937.
Confiesa que fue en Asociación Brandsen donde empezó “a abrir los ojos”. Los amigos le decían “Manonga”. Con quien más se lo veía era con su inseperable amigo “El Cigüeña”, aunque también pasó gratos momentos con “Chiche” Di Cola, el “Picho” Alvarado, y recuerda a “Coco” Sánchez y al “Pato” Balvidares. 

 

“Brandsen fue una suerte de segunda casa para mí, de lunes a viernes hacía una aventura rarísima, iba a la mañana al Club mientras mi viejo trabajaba en un restaurante en plaza Italia. Me dejaba el encargue de hacer el puchero, y entonces tenía que estar antes del mediodía para cocinar. Era una rutina odiosa hacer el puchero que papá, como hombre de campo, se planteaba con mucha meticulosidad. Era una especie de calvario, pero subía todos los días a ese monte…”
“Un día pedí permiso y me encontré vendiendo pastillas Volpi en los bailes. De vez en cuando iba a jugar al básquet. Y en esa rutina del club mi pasión era aprender a jugar al billar. Los bailes, las pendejas, las barajas, las poquitas disciplinas que llevaban adelante con muchísimo cariño. Fue en un baile me metí de novio con quien años después fue mi mujer (Norma Ibarra), ella vivía enfrente al club Iris, en 23 y 43”.

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Mi formación
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